Comentario
Por muy familiar que nos resulte, la organización social bajo la forma de estados es muy reciente. En realidad, resulta una etapa mínima en la historia de la humanidad y, sin embargo, está tan sólidamente arraigada que su legitimidad y universalidad parecen indiscutibles. Las circunstancias que concurrieron en la transformación de sociedades más o menos igualitarias en sociedades complejas con estado fueron múltiples y dilatadas en el tiempo. Es más, parece probable que las circunstancias en cada caso fueron diferentes o incidieron con desigual intensidad, de manera que son irrepetibles. Esta constatación se utiliza en la actualidad como argumento fundamental para negar la posibilidad de elaborar modelos teóricos que expliquen este trascendental paso en la historia de la humanidad, como si las variables de cada ejemplo impidieran detectar el denominador común.
Es en el mundo próximo oriental donde por primera vez aparece el estado, cuyo significado no puede ser comprendido si no es en relación con la forma en que surge. Unicamente desde esa dimensión se puede apreciar su valor y su función real. Cualquiera que tenga una mínima sensibilidad histórica habrá de descubrir aquí un mundo apasionante que proporciona claves inteligentes para la comprensión del proceso histórico.
Pero es que además, es en el Próximo Oriente -Mesopotamia y Egipto- donde por primera vez se pasa de pequeñas unidades de producción, de carácter estatal, hasta formaciones complejas que abarcan bajo un mando único antiguas unidades autónomas. Por tanto se experimenta no sólo el paso de la aldea a la ciudad, sino también de la ciudad-estado al imperio, en modalidades diferentes hasta el imperio territorial, que es su manifestación más opresiva. Si estos ejemplos pueden ser significativos en el orden político, podemos imaginar la riqueza que pudo haberse alcanzado en el ámbito de la supraestructura ideológica, por no mencionar más que una parte más de la realidad.
En otro orden de cosas, la interacción cultural entre las áreas circunmediterráneas fue tan intensa en los milenios previos a nuestra era que la conformación del mundo clásico tiene contraída una deuda que sólo se puede saldar valorándola en su justa dimensión. Para ello es necesario conocerla. Pero incluso aunque no existieran préstamos e interferencias, la mera yuxtaposición de las diferentes modalidades en las que se organizaron las comunidades humanas resulta tan expresiva que alcanzamos a comprender mejor la cultura clásica oponiéndola a los sistemas experimentados por las comunidades del Próximo Oriente. El conocimiento, pues, de las realidades ajenas es un instrumento utilísimo para comprender mejor nuestra propia dimensión histórica.
Pero, sin duda, es el ejercicio de la inteligencia el mejor servicio que nos puede aportar el estudio de las civilizaciones próximo orientales, un reto permanente entre la pasión y la dificultad de hacer historia.